intervenciones

Homenaje a Luis Alberto Spinetta | por Celina Artigas
8 de febrero de 2012 
Quedándote, oyéndote


No soy tu fan pero, ¿sabés? No importa.
Hay algo que está más allá. Cerca del cielo.
Presiento que no hacía falta que “te siguiéramos”. Vos nos encontrabas.
Como nos encuentra Dios. Cuando al tipo se le canta. Cuando quiere.

Tu poesía nos buscaba. Así, crecíamos.
Sin entender, por supuesto...
cómo alguien puede ser tan hermosamente incoherente
de decir “árbol-hoja-salto-luz-aproximación”, así: todo junto
Volábamos.
Como si nos fumáramos un porro de poesía.
Como si la vida fuese solamente hermosa, perfecta.
Un puente o una cuna o un secreto.

cómo podías andar por la vida como si no te pesara nada
Como si todo se te hubiera dado
junto a la sabiduría.

Hicimos el amor con vos,
aprendimos a ver
de otra forma
la tierra.

Escuchándote, sentimos que volaba algo. No sé qué.
Tal vez vos… o nosotros.
Eso que nunca sabremos.
Pero conocimos el cielo.

Y ahora que te vas a ese lugar
desde el cual viniste
como un misterio

Sobrevivirá tu ángel
en los orígenes de tantas otras obras que inspiraste.

Sobrevivirá tu voz
contra la miserabilidad del mundo, contra el cinismo
ante las imágenes que intenten convencernos
de que la belleza se ha acabado

Sobrevivirá tu música
en los cantos a nuestros hijos
y en los cuentos que les contemos,
habrá gente que volaba y soplaba
secretos con forma de música.

“Si no canto lo que siento me voy a morir por dentro”.
Entonces cantá, Flaco. Siempre.
Adentro nuestro.
Y quedate acá.




Homenaje a Mora Sofía Garese
4 de enero de 2012
Hilos

Esta mañana me despertó al teléfono un amigo, Gaby, para contarme que se murió Mora. Helada, saliendo de la somnolencia, escuché los detalles. Me turbó saber que Mora se quitó la vida en la casa en la que vivía con su novio –muy amigo de Gaby-. A Gaby no pude decirle casi nada: los dos nos quedamos al teléfono sin poder entender. Pero me turbó más la noticia con el correr de las horas, cada vez que la constataba ante el sol pleno de la tarde en la playa. Mora no está. No hay una traducción aliviadora a ese vacío.
Intento siempre, en la escritura propia –no sé por qué- no ir hacia el dolor, la muerte, la sombra. Pero he descubierto que crecer implica aceptar la vida con sus sombras –y, entonces, la escritura, como patentización de la vida también, debería poder ir hacia los rincones de sombra-. Hoy, algunas horas después de haber hablado con Gaby, no se me ocurre otra cosa para hacer que no sea escribir. Aún sabiendo la falta de alcance de lo escrito como alivio. Me senté en una silla, dentro de la carpa, desde donde se veía a lo lejos la orilla del mar y a la gente bañada por el sol. Y me quedé en la sombra pensando en Mora… y en quienes se quedaron esperando algún tipo de explicación.
La muerte de Mora es un rincón oscuro. Probablemente, hasta para ella misma. Es extraño entender la muerte cuando se trata de un suicidio. Primero, porque pasa algo con los suicidios de gente que uno aprecia, aunque no vea seguido ni intime con ellos. Uno sabe que están ahí: dentro de una especie de azarosa agenda mental que designará un nuevo encuentro. Y es como si, de pronto, decidieran romper el pacto del futuro. En ese pacto estamos todos vivos y cuando ocurre una muerte así, se rompe el pacto. Hay algo de nosotros que se muere. De nuestra voluntad, de nuestro deseo, de nuestra confianza. Segundo, porque uno se queda buscando explicaciones a esa muerte en un mal lugar: el devenir de los hechos. Y en la cronología [salía de… iba hacia… tenía una vida linda] nunca está la pista. Creo que no hace falta buscar nada sobre ese lado. Sobre el lado en que todos conocíamos, de alguna forma, a Mora –linda, generosa, paciente, abocada a su obra, envuelta siempre en unos antiguos atuendos de una feminidad digna de muñeca-. Porque no está allí la Mora que no puede soportar la vida y se la saca. Estamos tan lejos de saber algo de ese rincón oscuro donde incluso ella está tan lejos de ella misma que ni siquiera las dos pueden hablar ni hay explicaciones que puedan darse. Y es por eso que tampoco las deja en ningún lugar ni para nadie. Hay algo que se corta entre una y otra.
Conocí a Mora a raíz del libro La Plata, ciudad inventada que compilé en el 2010. Ni siquiera recuerdo cómo supe de su obra plástica, pero la rastreé, me gustó porque encontré allí un mundo propio y definido y la invité a participar. Ella se convirtió en uno de los ochenta tan distinguibles que formaron parte de ese colectivo y su cuadro “Retrato de Lina Husson” se convirtió en una de las 30 postales del libro.
Lina Husson fue la abuela de Mora, escritora, y en la obra –superpuesta a una antigüísima fotografía de su infancia- Mora había intervenido haciendo transferencias sobre papel satinado. Tenía esa nena –como muchas del resto de las mujeres de sus obras e, incluso, como Mora- una mueca pícara; un poder o fortaleza evidente; un fondo de insondable tristeza. Había en sus cuadros un clima asfixiante de tonos sepias y rosados; agujas, hilos, botones. A diferencia de las demás mujeres, esa nena tenía una expresión ingenua, frágil y más limpia. La elegimos juntas, una tarde en casa, entre varias opciones y el texto que figura al dorso de la postal lo escribió ella misma.
Me extrañó ese texto, desde la primera lectura: no habla de su abuela. Pero me encantó y se fue sin más correcciones a diseño. El texto dice: “Minuciosa, meticulosa, puntillosa, detallista y delicada es la práctica de enhebrar un hilo. Si la hebra está deshilachada, gastada y manoseada; si el ojal es diminuto o en vez de ser redondo es más bien aplastado, el intento resulta fallido… Insisto enroscando y humedeciendo la punta y, otra vez, el hilo se va tornando untuoso, viscoso y de un tono blancuzco. Finalmente, al enhebrarlo, voy uniendo lo separado, ligando lo diverso; entrelazando y anudando fragmentos”. Releo ahora esta postal y pienso que a veces la vida no sólo depende de nuestra voluntad de coser, atar, mejorar, cuidar. Pende de un hilo que se corta antes de poder atravesar nuevamente el espesor de la tela. El hilo se queda sin fuerzas antes de poder trazar otro punto.
Por delante quedan los fragmentos que ella no unirá. Sin embargo, detrás de ese hilo, quedó su tejido. Una obra, una historia, una manta cálida y bella, como Mora. Hilvanada con delicadeza, entrega, amor.
Que nos quede para los ratos tristes esa especie de manta; que un poco también la arrope a ella, entre las estrellas. Que nos quede su recuerdo y en éste toda su luz.